En la reciente campaña llevada a cabo en la isla de El Hierro por un equipo de científicos pertenecientes al Museo de Ciencias Naturales (Campaña TFMCBM) se hallaron, arrastrando las aguas, restos de cenizas del incendio forestal que se declaró en la isla de La Palma a finales del mes de julio de este año. Desde el punto de vista científico, este hallazgo resulta de gran interés y confirma, una vez más, que los daños de los incendios van más allá de lo que se puede ver a simple vista.
A continuación reproducimos un artículo divulgativo que sobre este tema ha realizado Fátima Hernández Martín, Conservadora de Biología Marina (Museo de Ciencias Naturales de Tenerife).
Aquellos fuegos
trajeron estas aguas
He vuelto al Mar de las Calmas, he regresado a la placidez del océano de septiembre junto a La Restinga, núcleo marinero tranquilo y sosegado, cuya gente se acerca hasta el Faro de Orchilla cada día para comprobar, orgullosos, que es cierto que ahí está el límite de su paraíso. Las luces de las lentías, nombre que los pescadores locales dan a unas algas microscópicas que los científicos denominamos Noctilucas, nerviosas y bulliciosas, casi escurridizas, iluminan con sus destellos el costado de las embarcaciones que se aproximan ondulantes- al puerto cercano, para preparar las faenas del día siguiente. Mientras navegamos embutidos en nuestras ropas de agua, aspiramos el perfume húmedo de la maresía que, como spray refrescante, agradece las visitas a sus territorios, y observamos complacidos la belleza salvaje y protegida del entorno. Bañarse en Tacorón permite comprobar que si cuidamos la vida, ella mimosa- emana de manera tan intensa, que te acaricia constantemente con provocación, con vehemencia, cuando te zambulles en limpias y transparentes aguas sin mácula de agresión. Realizamos las labores a bordo, siguiendo el protocolo establecido en los laboratorios del Museo y al amparo del cielo estrellado del Julan, intentamos localizar aquello que sigue ignoto o bien no resulta aún del todo conocido. Pesadas y kilométricas redes de tupidas mallas, complejos aparatos de medición, hojas de estadillos que se volcarán en ordenadores, líquidos conservantes para preservar durante años para siempre lo que capturamos; ilusión, estímulo, cansancio hacen de cada jornada, en la estación elegida, una aventura anhelada. Arrastramos en superficie de forma complementaria a otros muestreos que realizamos a gran profundidad, allá en los abismos de mil metros hacia donde enviamos temerosos -pero confiados- nuestros costosos equipos, buscando criaturas extrañas de miradas amenazadoras, pero indiferentes a nuestros pasos y mientras más indagamos, más vida encontramos, lejos, al fondo, en abruptos e inclinados sustratos de la Isla del Meridiano. De repente, algo nos sorprende por inaudito, curioso, aunque quizás esperado. Ocurrió después de arrastrar una red horizontalmente durante largo tiempo, casi media hora, y nos percatamos que algo había quedado aglutinado, condensado, recogido, concentrado, algo que aunque novedoso, no era quizás deseado. Las aguas de los colectores presentaban un intenso color negro y una textura algo extraña, poco habitual. Nos quedamos expectantes, no pudimos ni creerlo, no quisimos intuirlo, intentamos no pensarlo, nos marchamos contrariados, no deseábamos contarlo. Tenemos que divulgarlo, lloramos hasta al narrarlo.
Epílogo.- El Museo de Ciencias Naturales de Tenerife desarrolló entre los días veinte y veintisiete de septiembre la Campaña TFMCBM/2009, financiada por el Organismo Autónomo de Museos (Cabildo de Tenerife) dentro de sus programas anuales de trabajo. Dicha campaña tuvo como puerto base La Restinga en la Isla de El Hierro. Si bien el objetivo prioritario de la misma era la recolección de fauna pelágica de profundidad línea de trabajo de la Sección de Biología Marina-, se complementó con otros estudios, incluyendo algunos terrestres sobre avifauna y fósiles. El equipo investigador estaba compuesto por los científicos del Museo: Alejandro de Vera Hernández (Biología Marina), Esther Martín González (Paleontología), Guillermo Delgado Castro (Avifauna), así como por la que abajo firma, responsable de la coordinación. Se llevaron a cabo una treintena de pescas planctónicas de profundidad (en fondos superiores a mil metros) tanto de día como de noche; si bien no lejos de la costa, dadas las características abruptas y pendientes de la zona marina de la Isla. Superficialmente usamos una red especial de patín que ideamos para ello. A la espera del análisis minucioso, discusión y publicación de resultados, a buen seguro esta campaña deparará interesantes novedades respecto a los seres que habitan aguas de Canarias. Además de multitud de medusas, peces, crustáceos, moluscos, así como toda una cohorte de minúsculos organismos típicamente planctónicos de colores brillantes y llamativos; formas aberrantes y gran belleza plástica, nos llamó poderosamente la atención que los arrastres de superficie presentaban yo diría rebosaban-, junto a los mentados organismos, gran cantidad de fragmentos de madera quemada de pequeño tamaño aunque algunos trozos alcanzaban los dos centímetros de longitud- correspondientes con toda probabilidad al pavoroso incendio que azotó, hace meses, la bellísima isla de la Palma. Las cenizas de los incendios flotan en el aire, caen y se depositan en el agua, siendo arrastradas por las corrientes marinas durante largo tiempo hasta que se van decantando de manera lenta y pausada, quedando estancadas en lugares de calma y provocando daños a los organismos, especialmente filtradores. Aquellas que nosotros observamos en El Hierro por la quietud de las aguas en la zona- habían quedado casi embalsadas, como testigos diminutos, casi imperceptibles, de un hecho que a todos los canarios nos rompió el alma, allá en el estío. Me resistí al fenómeno, pensé ingenuamente que sólo estaban como nosotros- embelesadas por la zona aplacerada, por las montañas cercanas, por las aves, por el viento, por la sal, por las cañadas, por los higos, las tuneras, los antiguos caseríos, las lapas o por las lavas, embriagadas de un lugar del que marcharse, sí, para marcharse nunca se tienen las ganas.